La lana por supuesto es la emoción negativa, es decir, esas sensaciones
del centro motor que normalmente se toman, equivocadamente, por emociones.
La emoción real es independiente de las sensaciones de los centros motor
y reflejo y no produce reverberación alguna en la máquina, durante
su paso por ella, al contrario de lo que pasa con las sensaciones motoras y
reflejas ordinarias.
Las emociones inferiores de la máquina, producidas por las sensaciones,
son utilizadas por la naturaleza para el mantenimiento de vibraciones que ya
están presentes automáticamente, y para otros fines, entre los
cuales se cuenta el futuro nacimiento de este planeta como un sol, como un
ente solar con vida propia del modo como se manifiesta en la actualidad nuestro
sol, quien a su vez evolucionará más allá de su estado
presente.
A los seres humanos se les esquila de su lana en tres ocasiones principales:
en el nacimiento, durante los encuentros sexuales y en la muerte.
Esta “lana” es
también esquilada en menor cuantía por la ira, la frustración,
el miedo, el éxtasis, la nostalgia y otras demostraciones emocionales
inferiores que roban a la máquina las energías superiores que
ella acumula.
Hay tres poderosos entes interesados en esta “lana” de fuerza acumulada:
el “amo”, que es un ente superior parcialmente evolucionado, pero
que por una u otra razón es incapaz de evolucionar más y se ve
obligado a alimentarse de la energía en estado bruto que proporcionan
las emociones inferiores. Este ente se llama el amo porque es el director principal
de la máquina, y la controla de forma encubierta mediante su influencia,
aprovechándose de la inercia de los hábitos profundamente arraigados.
El segundo es la “dama”, la máquina misma y los objetos
de su atención, su constante nerviosismo e inconsciente retorcerse,
y sus impulsos reproductivos, que representan el segundo reclamo más
fuerte de las energías superiores que se acumulan en el transcurso normal
de los acontecimientos.
El tercer ente interesado en la fuerza negativa acumulada que permanece en
la máquina es “el niño que vive al final de la cuesta”,
es decir, el Ángel de la Muerte. Este eufemo del niño que
vive al final de la cuesta se originó durante las pestes que sufrió Europa
occidental durante la Edad Media, cuando los cuerpos de los fallecidos se llevaban
en carros a los cementerios “al final de la cuesta”, algo que corresponde
en líneas generales con “irse al otro barrio”.
El tercer ente, el Ángel de la Muerte, se apropia de la fuerza que
aún quede después de que los otros dos hayan bebido hasta saciarse
durante toda la vida de la máquina, dejando poco o nada para el paso
del ser no-fenoménico de un lado al otro del velo.
Es este constante agotamiento de las fuerzas lo que provoca que el ser no-fenoménico
caiga abajo finalmente, hacia el renacer y lo que, al mismo tiempo, impide
cualquier resultado evolutivo serio a lo largo de la vida, porque los procesos
evolutivos alquímicos requieren de gran cantidad de energía superior,
siendo la retención de esta energía uno de los temas más
importantes del trabajo sobre uno mismo.
Muchas canciones infantiles, aparentemente inocentes, fueron introducidas por
las escuelas en la vida del hombre occidental. Son algo así como cartas
enviadas por los maestros y las escuelas del pasado y, debido a que han sido
puestas intencionadamente en forma de canciones infantiles, indudablemente
sobrevivirán durante muchos años más, invisibles a la
atención ordinaria, proporcionando datos de trabajo para las generaciones
venideras.
Ver: Nota del Traductor
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